jueves, 30 de junio de 2011

Irse al descenso...

De vuelta al ruedo! En realidad como suelo hacer frecuentemente, no se donde hacia donde voy. Los manuales dicen que hay que saber a lo que se apunta, yo solo tengo una idea nomás, no pretendo que sea un ensayo esto.



Lo recuerdo muy bien, demasiado bien. El árbitro pitó y el descenso estaba decretado. Se detuvo el mundo, no existía más nada. Las lágrimas comenzaron a aflorar sobre mi rostro. ¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos?

El capítulo de hoy esta dedicado a "irse al descenso". ¿Qué es eso? se preguntarán algunos que no saben lo que es. Yo solo me voy a remitir a hablar desde mi experiencia, sin tener que citar a nadie. Ninguna fuente va a ser útil para algo tan irracional como lo es el futbol, pasión de multitudes.

Este campeonato tuvo la particularidad de, al igual que en 2007, tras las dos promociones disputadas entre equipos de primera y segunda categoría, un saldo de 4 equipos nuevos en la elite del fútbol y otros 4 peso pesados en la B Nacional.

Ahora bien, una vez dado ese contexto el cual no pienso analizar -si bien es interesantísimo debatir sobre los desastrozos manejos dirigenciales de Quilmes, River, Huracán y Gimnasia quienes cada uno tiene sus causas- el motivo del texto es apuntar hacia lo que siente el corazón, la cabeza, el cuerpo, el alma de un hincha que pasa por esta experiencia.

Lo recuerdo bien, cómo no lo voy a recordar. Esta grabado en mis retinas, en mi mente, en mi memoria. Una exquisita temporada en primera ese primer campeonato luego del ascenso, allá a lo lejos en el 2001 cuando esos 48 puntos hoy nos hubiesen clasificado a una copa sudamericana quizás. Pero no, alcanzó para zafar de todo nomás. Después, el recambio de jugadores. Idas, venidas, cosas raras y otras tantas turbias.

Tuvimos que tener un brillante clausura 2003 para acceder a la promo y no perder la categoría. Sufrimos, pero gozamos la permanencia. Sin embargo, el tercero era inevitable. La tercera era la vencida. Otro recambio de jugadores, y deambulamos por la primera hasta ese final.

La antepenúltima fecha visitábamos a Estudiantes de La Plata. Ellos eran como el Manchester ante nuestro humilde equipo que desde la fecha 6 no ganaba. Nos mataron a pelotazos, pero el gordo, sí, ese gordo que tanto quería en la única llegada del partido la embocó ante la estirada del portero. Fue el primer gol que me hizo llorar en una cancha. Lo que no sabía era que iba a llorar más tarde.

Chacarita iba ganando, teníamos que ganar porque estábamos condenados si no. Última jugada, foul al arquero y Colotto (primer marcador central pincha) hizo un gol de chilena (¡!) que aguó la fiesta ante la distraída mirada del internacional Angel Sanchez. Y fue silencio, fue dolor. Agarrado del alambrado se me escapó una lágrima mientras un bombero desde adentro de la cancha me miraba, se reía, y posteriormente huía ante mis improperios; ante mis salvajes insultos que solo mostraban mi bronca, mi impotencia. Arsenal le empató sobre la hora a Chaca, teníamos una vida más: estábamos a 6 puntos de ellos con 6 en juego.

Lo recuerdo muy bien, demasiado bien. La fecha 18 era el final, nos tocaba el Newell's de Gallego -que no jugaba por nada-, de local. Y papá que no me podía acompañar a la cancha me dijo antes de salir: "No vayas a llorar, andá a festejar que estuvimos 3 años en primera". Y toda esa esperanza de un adolescente de 15 años, se vio aniquilada por el 2 a 0 inapelable de la lepra, que aun así nos hacía precio. El segundo tiempo fue conmovedor: la gente empezó a cantar; alentamos los 45 minutos ininterrumpidos. Lloré, lloré mucho. Lloramos mucho, y lloramos muchos.

La semana siguiente, cuando el silbato del árbitro sonó, y el campeonato se terminaba se venía el fin del mundo. Lloré una vez más con Futbol de Primera en canal 13 y listo. Ese domingo a la noche se terminaba el mundo.

Y lo recuerdo muy bien. Se venía el apocalípsis: no iba a existir más nada. El colegio secundario iba a dejar de darme clases, los colectivos no iban a funcionar más; cerrarían los boliches, bares y cafés; no habría más recitales ni obras de teatro, ni libros que leer. Sin embargo, al día siguiente amanecí en mi casa, en mi cama. Todo siguió su curso normal.

"Su curso normal". Claro, porque teníamos un mes y medio sin fútbol. Ese mes de nada, de "no futbol" nos depositaba en medio de una nebulosa que te engañaba pensando que todavía estabas en primera. Y no, en algún momento iba a golpear la realidad: la nebulosa se desvaneció y un cross de izquierda de la realidad me sentó de traste. Caer de prepo ante la realidad, esa realidad de jugar contra alguien que tenía una camiseta que no conocía, en mi cancha pero sin carteles de publicidad, sin cámaras de tele, sin tantos periodistas como antes. ¿Qué es esto Dios? ¿Donde estamos? Quiero jugar de nuevo en la bombonera, en el monumental y en el coliseo de la academia! -otro día hablamos sobre la perdida de la hegemonía de los equipos "grandes"-





Fue esa noche de jueves en la que el equipo de camiseta que no conocía (Tiro Federal), no solo que casi nos gana sino que nos arrebató el campeonato, ascendiendo a la primera esa misma temporada. Fue ir a canchas feas, dificilísimas. Perder conta equipos ignotos, sin gente, pero con tanto corazón y sentimiento como nosotros.

Lo recuerdo muy bien, muy bien. A pesar de todo, seguimos adelante. No esta muerto quien pelea. Como dice una canción de Andando Descalzo, "no es un paso atrás, solo estoy tomando impulso!". Que así sea, y a pesar de todo, que lindo que es el fútbol! Porque tiene un condimento escencial. Algo que no hay que olvidarse, el fútbol da revancha, siempre; y eso lo recuerdo muy bien...

Martín Ciraolo





Nota del autor: quienes me conocen saben de que cuadro soy, no quería ponerlo para no opacar el "aura" del texto. Tampoco me pareció pertinente decir que esa fecha 19 de la que no hablé, llevamos 10.000 personas a la cancha de uno de los denominados "grandes", en lo que fue la despedida más hermosa y emotiva que haya visto jamas de un equipo de primera.