El fútbol, el fútbol, el fútbol. El instante previo a patear un penal que define todo, no se compara con tener que salir a rebuscartela para obtener el pan. ¿Somos unos imbéciles alienados por el imperialismo o forma parte de nuestra identidad? Recorrido por múltiples posibilidades.
Foto: Diario Olé
Mitad de año. Entrado el otoño en su recta
final, mientras el frío del aire golpea los rostros de los tantos miles de
ciudadanos a pie, muchos de ellos resisten esos azotes de viento con el calor
que irradian sus corazones a la hora de las definiciones de las competencias
deportivas.
Siendo quien suscribe un gran apasionado
del fútbol, por primera vez en la vida mi querido Nueva Chicago salió campeón
un par de semanas antes de las definiciones de las demás categorías, lo que me
permitió ver desde una óptica distinta los acontecimientos que se fueron
sucediendo (que alivio!).
Los amigos de Independiente, sufren en su
propia casa no ganarle al humilde Patronato y ven frustradas sus chances de
regresar a la primera. Silbidos, insultos, reprobaciones. Inclusive el propio Hugo
Moyano le contesta a un hincha que si no pusieran plata “estaríamos todos
llorando”. Simultáneamente en Isidro Casanova, Huracán extasiado, le gana una
finalísima a Almirante Brown y lo condena al descenso. Invasión de campo, tipos
que le afanan las pilchas a los jugadores, mientras en las tribunas la gente
sufre, y algunos lloran.
Anoche, en Temperley, los locales ahogan
el grito de ascenso a Platense en el último suspiro del match, y con la
angustia que representa una definición por penales, terminan ganando la final.
Delirio celeste y amargura marrón. ¡Cómo debe haber estado la gente en Vicente
Lopez!
Foto: Diario Olé
Y no es sólo la redonda. Sábado por la
noche. Un país entero en vilo por la pelea de Maravilla, el último ídolo que
nos ha regalado el boxeo nacional. Uñas comidas, atados de cigarrilos sin
puchos, botellas vacías, muchos nervios. Aquellos apasionados del box y los que
no lo son, se calzaron la casaca argenta y salimos a bancar a Sergio. Pero Martínez
sintió su estado físico, lo embocaron de arranque y ni bien terminado el primer
asalto se desplomaron las ilusiones.
No tardaron cinco minutos en salir a
atacarlo en las redes sociales (se ve que no lo vieron boxear al argentino,
porque de verdad es bueno), como tampoco lo hicieron aquellos que lo bancan
pase lo que pase.
La semana pasada, el hockey masculino se
visitó de gala al ganarle a Alemania, último campeón olímpico, las leonas
consiguieron su pase a semis, Manu Ginobili jugando las finales de la NBA y
encima… encima se viene el mundial!
Cuántas contradicciones. Cuánto pesa el
fútbol o cualquier deporte en el que, haya “algo” en juego. Puede ser plata,
puede ser gloria. Pero todos aquellos, al menos los de primer nivel, la mayoría
tienen muchas cosas resueltas. ¿Por qué hablamos de presión, de nervios, cuando
no es solo más que un juego?
Somos pasionales, mucho. En esos momentos
es muy difícil llevar racionalidad, sobre todo al tablón de la cancha de
Yupanqui, cuando el ascenso se vuelve a escapar después de mucha espera. ¿Cómo
le explicamos a los hinchas de Platense que estuvieron a seis minutos del
ascenso que el gol de Temperley fue una delicia cuando están puteando al cielo,
llorando, diciendo “que culo que tienen estos tipos” o “qué merecemos para
sufrir esto”?
Presión. Presión tiene aquel que tiene que
salir a buscar el pan. Presión tiene el tipo que cobra la asignación universal
por hijo y no le alcanza el mango para llegar a fin de mes. Eso es presión. ¿De
qué tipo de presión hablamos si Maravilla Martinez (aunque lo cagaron porque
Cotto llevó el doble) embolsa 3,5 millones de dólares? ¿Podemos decir que Messi
sintió presión el partido de semifinales de Champions League que perdieron
contra el Aleti? ¿Qué queda para el tipo que limpia vidrios en 9 de julio y Tucumán
y me dice “dale mono, tirame una moneda para el morfi”?
Foto: Telam
Es difícil de analizar desde lo racional
para situaciones en la que lo pasional pesa. No importa si es la final de
waterpolo en la que juegan el clásico Los Patos de Chacabuco contra Deportivo
Las Almejas. El argentino promedio no solo se prende y toma partido, sino que a
los diez minutos de comenzado el cotejo va a opinar cual especialista de la
materia, como bien manda nuestra idiosincrasia. Por otro lado encontramos a los
detractores. Pero no solo al que no entiende el fútbol como disciplina, como
deporte, como pasión de multitudes, como expresión de nuestras máximas
alegrías, tristezas, noblezas y miserias, y que termina diciendo que son 22
pelotudos atrás de una redonda. Está el que viene y te dice que por qué no
gastan la guita en otra cosa, que el fútbol es un elemento central del
capitalismo para mantener domadas a las bestias; que como en otra época fue pan
y circo, ahora tenemos el futbol. ¡Y ni hablar en esta Argentina de hoy! Ahora
estamos domesticados por este gobierno autoritario con el Futbol Para Todos, y
para lo único que sirve es para que mientras vemos los partidos tengamos que
ser convencidos y atrapados por la publicidad oficial. No bastaba con 678 que
ahora tengo que fumarme al chino de Precios Cuidados en la tanda de
Banfield-Talleres mientras que lo más democrático es que el que quiera ver,
tiene que pagar.
Foto: Chicago Corazón
Pero el futbol es eso. Es pasión. Tiene
condimentos de razón, porque hay que saber jugarlo y entenderlo. Pero los
colores, el escudo, la bandera, los tablones, el club. Eso asociado a la
identidad del ser, no solo nacional sino también a la identidad del barrio, del
pueblo, de la ciudad. “Soy hincha de Sportivo Belgrano, porque es el equipo de
San Francisco, y yo soy de acá”. ¿Cuántos clubes sociales y deportivos son
lugares donde la gente se reúne a participar, a interactuar, a generar
cuestiones en un lugar geográfico determinado? ¿Vamos a aniquilar esos sueños
asociados a la identidad de estos lugares que mencioné anteriormente porque continúan
habiendo injusticias en el mundo? ¿A caso no tenemos derecho a abrazarnos con
nuestro viejo, nuestros amigos o algún desconocido en la tribuna un sábado por
la tarde en el momento en el que el Topo Gómez se la pica a Klimowicz, haciendo
un gol de película, dejando al Tata Martino y a Instituto sin chances de
ascenso para el delirio de Mataderos? ¿No podemos gritar hasta el infinito el
doble que Manu Ginobili le hace a Yugoslavia sobre la hora en los juegos
olímpicos de Atenas en 2004? ¿Qué nos queda para los que vieron en vivo y en
directo el segundo gol del Diego a los ingleses en el 86’? ¿y encima esta mal
que lo podamos ver de forma gratuita en la tele estatal que es de todos?
Gritar un gol es de lo más lindo que
existe. Sin el fútbol no somos nosotros. Se lo discuto a quiequiera. Podemos
vivir sin subte, podemos vivir sin Coca Cola, podemos vivir sin Metrobus. Pero
no podemos vivir sin futbol.
No obstante, estar en medio de la tribuna,
con la camiseta puesta y alentando a nuestro equipo, no significa que no
tengamos conciencia social o nos olvidemos de las injusticias que hay en el mundo.
No mezclemos, que son dos cosas distintas.
Martín Ciraolo
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