Ahora que puedo parar la máquina y sentarme un rato -mate y termo a mi izquierda- me volví a preguntar hace cuanto que no esbozo algunas líneas acá. Sin miedo al archivo, creyendo fervientemente que siempre dije lo que pensaba, lo que pienso, lo que siento (tan latente tema archivo en estos últimos días, y siempre) se me ocurren algunas cosas que no ordené, solo las voy a volcar acá.
Creo que nos estamos acostumbrando. En los últimos doce años hemos recuperado infinidad de derechos que si bien muchos están directamente relacionados con los estratos sociales más sufridos, golpeados y marginados durante tantos años, también los sectores medios y más poderosos se han beneficiado.
Podríamos mencionar muchos, pero no voy a ir sobre esos derechos adquiridos, recuperados o medidas en favor del país. Me quiero enfocar en el acostumbramiento, en la naturalidad. Hoy día es completamente normal la libertad de expresión, es totalmente normal ver que hay trabajo, que se pueden disfrutar las vacaciones, que podemos consumir cuanto artículo querramos en efectivo y si no nos da el cuero, en doce cómodas cuotas. Parece normal ver que nuestros viejos se pueden jubilar, inclusive sin tener 30 años de aporte. Es moneda corriente si uno tiene algún tipo de discapacidad grave -y demostrable- poder acceder a una pensión por invalidez y tener obra social. Es natural que las empleadas domésticas pidan trabajar en blanco. Es normal en las villas ver que los pibes cobran la asignación universal, que se puede acceder a un decodificador y antena para ver la televisión digital abierta y gratuita. Es normal ver a los pibes con las netbooks de conectar-igualdad y achicar la brecha digital. Es normal que haya paritarias y aumento de salario todos los años. Es absolutamente normal -y hasta inclusive resultó intrascendente- lanzar un satélite de producción íntegra nacional al espacio, que se concluyó Atucha, que se hacen caminos, escuelas, que el Ministerio de Salud entregue 15.000.000 de medicamentos a personas que se les complica el acceso...
En fin, dije que no me iba a detener en esas medidas. Ante toda esa situación es de una evolución natural que las personas quieran seguir mejorando sus vidas. Se han conseguido tantas cosas -y faltan aun tantísimas más- que los estándares de vida se han elevado. Estamos mejor, pero no es suficiente. Queremos más. Me pude comprar la moto, ahora quiero un auto. Pude alquilar un departamento, ahora quiero comprar. Me fui de vacaciones a Villa Gesell, ahora quiero ir al Caribe. Mejoró mi salario, quiero más. ¡Y está bien! ¡Está perfecto! Todos queremos estar mejor que ahora.
Ahora bien, parece que en algunos sectores en los que repelen políticas destinadas a los sectores más marginales (comunmente, los negros, los pobres, los chorros, los extranjeros que vienen a quitarnos el trabajo y encima tienen planes sociales gratis y vienen a tener hijos a mansalva, y no me permiten comprar dólares, y la inflación, y la inseguridad, y el impuesto al salario... siempre se puede mechar uno más!) lo más fácil es echarle la culpa de todo a ella, a La Doctora - en términos del compañero Asís-. Pareciera como que Cristina Fernández fuera la madre de todos nosotros y por ende la responsable de todos nuestros males, de nuestras faltas, y de los problemas que tiene la nación. Y ahí fallamos. Ahí fallamos en no ver la foto completa y quedarnos con el pedacito pequeñito de no ver el contexto, de no ver el cuadro completo y ver la cantidad innumerable de actores y la cantidad de factores, variables y frentes de batalla que asume este proyecto político a diario.
Y entonces, volviendo al punto inicial de lo que quería decir, no está mal querer estar mejor, por el contrario. Querer cada vez más. Es la evolución -y no la que habla el señor de rulos, cuyo proyecto es similar o igual al Pelado responsable del suicidio de René Favaloro-. Pero nos equivocamos en olvidar de dónde venimos, de cómo estábamos, de lo que costó. Escuchar gente hablar de "dictadura K" cuando esta democracia costó mucha sangre. Olvidarse que cada una de las conquistas logradas estos años costaron mucho sudor, mucho cerebro, mucho sacrificio, mucho poner el cuerpo. La costumbre no es un buen amigo, hay que tener cuidado. Acostumbrarse es peligroso, frena el movimiento, hace olvidar los inicios, los orígenes, y quizas algo aun más importante; el resurgir.
Martín Ciraolo
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