Es una deuda. Una deuda además con ustedes, mis queridos lectores, una deuda conmigo mismo. Una deuda que tengo en esta materia de la escritura. Generalmente tengo la costumbre de escribir y dilatar las cosas. Quizas, una de las causas sea que no me gustan los finales, no me gusta que se terminen las cosas, por eso dejo libros faltando dos capítulos, dejo largos escritos (como éste) sin concluir. Pero bueno, en algún momento la racha se tiene que cortar y esta oportunidad es una excepción a la regla, los que conocen la historia saben por qué y los que no leerán ahora y se darán cuenta el por qué de haber tenido que aguardar un tiempo “prudencial” para terminar de relatar los hechos.
Abro el paraguas y anuncio: me robaron el celular donde tenía mensajes clave, hay detalles que se me pueden llegar a pasar, por eso ustedes podrán contribuir a enriquecer la historia agregando cosas que recuerden- Y si… ya pasaron seis meses. A su salud,
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Capítulo XIII: Mundos Matungos **
A las zapatillas topper de lona de color blanco, poco le quedaban de ese tinte. Las batallas encima de casi dos semanas de vacaciones, la cantidad de arena y playas recorridas, más que esa noche no había dormido, hacían que mis pies se movieran más lentamente. Era lógico que tras tanto trajín el cuerpo vaya debilitándose un tanto, pero en ese momento necesitaba resucitar. Resurgir como el ave fénix. No solo porque tuve que rescatar a mi querido compañero Puma Galvan que venía de una noche ajetreada minutos atrás, sino porque llegaba Macarena a San Bernardo. Debía fortalecerme, pensar cómo actuar, cómo sobrellevar la situación, cómo no dejarme comer por toda la situación que me (o nos) rodeaba.
Las 6.50 marcaba mi teléfono celular cuando pisaba la arena de Kohoutek y veía a lo lejos al Negro Gonza, a Michelle y a Érica. Estaba enojado, estaba apurado, no llegaba. Le encomendé el paquete al Negro justo cuando Facu apareció por atrás riéndose, entendiendo (poco) la situación. El grupo tomó rumbo para el edificio de la calle Chiozza donde paraba la banda de Padua. Galvan fue depositado en la terraza, donde pudo recuperar energías a la luz del amanecer. Lampa, Rafa y demás se habían tomado el viejo y querido Zona Sur hacía rato, yaciendo sus cuerpos en el bunker de Aguas Verdes.
Mientras tanto, caminaba por la avenida San Bernardo. Caras largas y felices, arruinadas y rescatadas; una gran ensalada de gente podía observar cuando todo el mundo salía de bailar. Esquivaba a las personas con pasos largos y presurosos; tenía que caminar 9 cuadras. Pasé por el Eterno, pasé por Zum, por donde los pibes paraban a bajonear shawarma, o simples panchos. El camino se hacía interminable y el reloj marcaba las 7.08 cuando por fin arribé a la terminal de micros.
Sabía que estaba llegando tarde, y que no me gusta hacerlo. Estaba nervioso, aunque Facu me había advertido cuando alquilé su oreja aquella noche arriba del colectivo yendo para SanBer, mi corazón no deseaba lo mismo. Por suerte ese individuo siempre tiene la frialdad para decirme las cosas que no quiero oir en los momentos oportunos. Que no, que no me haga esperanzas, que se había terminado, pese a que comprendía mi situación. No obstante, más allá de que mis expectativas desde que la relación había puesto punto final oficialmente era recuperarla, sus comentarios me hicieron ir con una mirada distinta a que si no hubiese hablado con nadie.
Un despiole de gente, bolsos unos arriba de otros, como en hora pico; de pronto, reconozco un bolso verde chillón y una cara de poco dormir. Un beso y un abrazo, y ver qué nos depararía el aire de mar. Salimos caminando de ahí y fuimos a desayunar; estaba casi sin plata, lo justo para sobrevivir ese día. Charlamos, mucho. Acostumbrado a narrar historias, resumidamente y omitiendo ciertos detalles le conté lo que hasta ese momento habíamos vivido: los shows de Pampa, las playas a las que fuimos, las comidas que comimos, los kilómetros recorridos, el aguante del Ruso en Santa Teresita debido a una situación con ella que cargué hasta la costa (no me pidan detalles, igual algunos saben) y otras tantas cosas.
Dejamos el bar para ir a la playa, mi cuerpo pedía un descanso. Me sentía mal. El poco dormir y el corazón, que se preguntaba cómo tenerla tan cerca y no poder hacer nada, como también la pregunta interna ¿por qué estoy aca?, si bien podía estar perfectamente descansando en la casa de Aguas Verdes. Pero si estaba ahí era por algo; un motor había y era ella.
En la mochila ya había guardado el jean que me había cambiado en el baño del bar, las zapas que había cambiado por ojotas y una toalla. Macarena se puso a hacer malabares sobre la arena y yo recostado sobre la arena con la toalla como lona/almohada veía como de a poco mis ojos se cerraban; me empecé a sentir peor, me enojé por la poca atención que me prestaba por eso decidí intentar descansar algo pese a que luchaba por permanecer despierto. Cuando el sol comenzó a pegar en el rostro no me quedó otra que sentarme sobre la toalla, llena de arena ya y que debía usar a la tarde. Seguimos hablando, de temas más delicados. Recuerdo que detrás de ella había una vieja, que iba cambiando la cara de acuerdo a la tono de la conversación, a partir de cuanto más seria era, más paraba la oreja.
Había algo que la tenía mal y no me quería decir qué era; no podía, no encontraba las herramientas para que largara eso que yo quería escuchar y el reloj iba corriendo sus agujas. Ya era más de la una y Pampa Yakuza y Andando Descalzo tocaban en Mar de Ajó, por primera vez. Para variar, poco crédito pero necesitaba averiguar de alguna forma donde tocaban.
“Playón de Mar de Ajó” me contesto Ricardo Jahni, con la salvedad que
nunca había ido a esa localidad y era lo mismo que nada. Anahí, Vanina, el Francés (que había
abandonado definitivamente Aguas Verdes), Agostina y demás paraban ahí, así que mi salvanción era Anita. Con las coordenadas geográficas definidas, nos tomamos el Zona Sur (que si, iba hasta el fin del mundo) hasta allá.
Muchas sorpresas, caras que me miraban como diciendo: ¿
Qué estas haciendo? No sólo el Ruso, me acuerdo el rostro del Gallego que no entendía la secuencia después de obviamente haberme escuchado hablar. Yo también estaba sorprendido, desconcertado, sabiendo de un modo u otro que no sabía si estaba en lo correcto o no. Sin embargo, ver caras familiares me relajaron, me depositaron nuevamente en el M
undo Pampa.
Ya los instrumentos estaban acomodados en su lugar, la prueba de sonido ya se había llevado a cabo. Fede y Ariel listos con sus cámaras, dispuestos a documentar lo que ocurriera y nosotros abajo del escenario. Minutos antes,
solo dos soldados de Aguas Verdes se reportaron: Galvan -con una cara que
jamás me voy a olvidar en la vida- y el negrito Gonzalo. El show estaba por comenzar y en su puntapié inicial
reconocí los acordes de la primera canción. Si, no lo podía creer. Era
Mundos Matungos. Hernán me miró, se rió y se acercó a saludarme antes de empezar a cantarla, ante
tanta insistencia mía por escuchar ese tema que solo lo habían tocado en San Bernardo el día que me había quedado en Mar del Plata para ver a La Vela Puerca
[1].
El concierto terminó y yo feliz,
como si no hubiese pasado nada. Mates y galletitas,
sin alcohol esa tarde en el after playero que estuvo muy tranqui. Los pibes de caballito con Moncho a la cabeza jugaban un fulbito con los Pampa, ese que tanto reclamábamos desde hacía tiempo. Finalizado el match,
Ale del
Sindicato de Volanteros y concubino de Aguas Verdes me llamó para desafiar a los cineastas. Dos contra dos y aún jugando más exquisitamente nosotros, fuimos derrotados por tres tantos contra dos. Había que tomar algo para bajar el calor; el mar no era la solución porque el sol ya estaba bajando y el viento costero ya empezaba a hacerse notar.
Mientras iba a un almacen (bien al estilo Ramo General) a comprar una coca, por el otro lado Macarena charlaba muy compinchemente con Ariel, el mismo con el que había jugado a la pelota minutos atrás. Con ese panorama aproveché para ir con los míos pero sin dejar de mirar de reojo lo que sucedía a los pies del escenario donde había tocado Pampa y Andando. El sol bajaba cada vez más, los minutos corrían y cada vez me gustaba menos esa conversación. Macarena tenía unos aros con el simbolito de la paz y Ariel le sacaba fotos con el celular.
Nada,
no me gustaba nada. No por él, qué iba a saber que ella era mi ex novia y yo con pretensiones de recuperarla.
Ella tenía que ir a tomar el micro para ir a Villa Gesell, a la casa de Gabita y yo que me debatía entre
acompañarla a la terminal
o no. No sabía qué hacer. Los pibes arreglaron ir a comer a la casa de Lauchis (donde paraba Soledad, Luciana, Jula, Nue y no recuerdo quién más en ese momento – Mane no estaba más ahí y Limón ya se había ido). Lo que sí recuerdo es que Lauchis me vio mal. Mi disyuntiva finalizó luego de una discusión con Macarena en la que ella se enojó, diciendome algo así como que iba sola después de haberme colgado como una hora hablando con Ariel. De esa manera, Lauchis me había ofrecido
quedarme directamente en Mar de Ajó, es decir ir a la terminal e ir a parar a la casa de ellas sin volver a Aguas Verdes.
La mochila con el loguito de UnicoySentido no daba abasto. Estaba muy llena, pero por suerte contaba con la ropa de la noche anterior que iba a poder reciclar. Lo que no tenía solución era la falta de abrigo.
"Ay, maldita suerte", pensé: solo tenía una campera muy finita que me la puse antes de irnos de la playa. De esa forma fuimos hasta Avenida del Libertador a tomar algún bondi que nos dejara en la terminal de ómnibus.
En la parada, ella no se sentía bien (de más esta aclarar por qué) y me abrazó o yo la abracé. Pero fue un abrazo como tiempo atrás y eso me desconcertó, tanto como la pregunta: “¿
Por qué tenías cara de orto cuando estaba charlando con Ariel?”. Si la pregunta es la que todos imaginan,
la respuesta es no. No aproveché la situación, me gusta jugar con ventaja, no tengo buenas experiencias en casos así, por lo que me limité a “contenerla”. El tiempo pasaba y yo estaba con la malla mojada, en ojotas y con las patas heladas, solo con esa campera miserable haciendo frente a la noche que iba comiendo a la tarde de Mar de Ajó.
- Tomemos un
taxi, ya fue – pero, el taxi no salía lo mismo que en Mar del Plata: en Mar de Ajó tienen la bajada de bandera casi como en Buenos Aires.
Mi billetera no tenía más
dinero. Un viaje que había calculado siete pesos
se fue a doce. La terminal quedaba en las afueras, pero bien en las afueras. Si quería tomarme un taxi para volver no me alcanzaba teniendo en cuenta que tenía que poner plata paras las pizzas y el escabio en lo de Lauchis.
Tuve que pedirle la mitad de la plata cuando nos detuvimos. No solo el frío, el dolor de garganta ya me
había ganado la pulseada. Estaba mal, con mala cara y encima las dos primeras ventanillas en las que preguntamos no tenían pasajes para Villa Gesell. Ya me estaba poniendo
más nervioso de lo que ya estaba. Por fin consiguió y como tenía ganas de fumar, me pidió por favor que salgamos a la plataforma donde llegan los micros. Mis pies estaban helados, pero la jugada era clara, estaba para
probarla de lejos: el ataque vino por el lado Pampa Yakuza. Los chicos cerraban la gira el 30 en San Bernardo y como el Francés ya no estaba en Aguas Verdes mi regreso era en bus.
-
Avisame que vas a hacer, mandame un mensaje mañana así te saco el pasaje y te volves conmigo.- le dije, casi ingenuamente. La hora señalada llegó y se subió al micro diciendo nada más “
chau”.
Salí a la puerta en busca de la parada del
Zona Sur, pero con intención de tomar un taxi.
Solo la intención porque efectivo no había en mi billetera. Saqué el
arrugado atado que tenía en el bolsillo
y cayó un billete. Justo era uno de dos pesos, el mismo que entregaría en mano al chofer del colectivo que a los veinte minutos me iba a dejar en Mar de Ajó. Parecía como que el destino estaba en contra mío. Ya no entendía nada,
volaba en fiebre y más que el destino fui yo el pelotudo que se bajó tres paradas antes.
Arranqué
pateando y silbando bajito casi diez cuadras hasta encontrar el edificio donde estaba la guarida Bernalezca. Me recibieron muy bien. Mi cara lo decía todo, necesitaba un baño caliente urgente. Ale me prestó un calzoncillo
[2] y
reciclé la ropa usada la noche anterior que se podía usar perfectamente. Luciana me hizo un te
bien caliente, que para mí estaba helado dado a mi temperatura corporal.
La gente llegó desde Aguas Verdes. Mucho fernet proveniente desde nuestros pagos y vodka para los toc-toc locales. Yo no tomé ni una gota de nada. Comí dos miserables porciones de pizza. Traté de poner mi mente en ese lugar, pero era difícil.
La Roca, para variar, iba a ser el plan de esa noche. Mientras me asomaba a la ventana para observar un escenario ambulante en el que recién terminaba de tocar Villanos (a propósito, egresados de mi colegio secundario), Lampa
huía por las alcantarillas para no poner los diez pesitos para contribuir a los gastado. Mi cuerpo no daba más y todos pensaban en salir. No me quedó otra alternativa que por primera vez abandonar al grupo en todas las vacaciones. Tomé la mochila, y despacito me fui caminando a tomar el viejo y querido colectivo Zona Sur…
// Continuará...
Material Audiovisual:
Mundos Matungos - Pampa Yakuza en Mar de Ajó (Miércoles 28 de enero de 2009)
http://www.youtube.com/watch?v=3W-9pe2phBkNotas al pie:
[1] 23 de enero, posible Día Nacional del Purina
[2] Hoy 13 de julio de 2009, el calzoncillo esta limpito y guardado en mi cajón.