sábado, 16 de julio de 2011

Historias de la noche

Historias de la noche. Hoy: El mago mufa, los travestis pungas y

el borracho víctima de la inseguridad.


- Claro, porque ahora mirás y la carta te aparece acá.- me dice un mago en medio de una fiesta. Él enseñándome un mazo donde debía buscar una carta y yo con mi vista fija en las cartas mientras el chabón tenía la carta en la boca. Claramente no estaba en mis cabales y el tipo pasaba los naipes uno a uno por delante de mi vista, hasta en un tono burlón incluso.

No había forma de verlo. Es un arte. El arte de la ilusión, del engaño. El tipo me estaba timando en mi propio rostro y yo no era capaz de verlo. En el último de los trucos se ve que le di tanta lástima que me regaló la carta que usamos -que previamente me había hecho escribir mi nombre-. Ese as de corazones se suponía según sus palabras que me iba a traer buena suerte.

La noche siguió su curso normal. Tan normal que algún momento hubo que irse, previo a que cayera una inspección del gobierno de don Mauricio al lugar y boicotee la tertulia. Salimos con Ale y el Negro, llegamos a la avenida y nos quedamos intercambiando algunas palabras. El aire estaba helado, golpeaba bastante nuestro rostro baqueteado de la noche.

Parados en la esquina, por detrás nuestro aparecen dos travestis. Imaginen la situación! Uno de ellos nos empieza a decir cosas realmente irreproducibles, a lo que el Negro contestó con un comentario absolutamente despectivo; no le dimos mayor importancia. Tras el episodio, el Negro decidió caminar un par de cuadras y Ale se tomó un taxi, quedando yo solo ahí.

Que frío hacía. Tenía sueño y hasta incluso mal humor... estas cuestiones de que uno no puede conseguir determinados objetivos planteados en la velada. Mientras tanto crucé para tomar otro taxi. Pasaban y pasaban, ninguno paraba por lo que decidí volver a la esquina inicial.

En un abrir y cerrar de ojos tenía a los dos amigos transexuales trabajadores de la noche delante mío. - Dale papi, vení que la vamos a pasar bien un rato.- me dice uno de ellos.

De Saturno a la Tierra bajé en menos de un segundo. Me rescaté al instante y atiné a pegar un salto hacia atras. Un puesto de diarios hacía de pantalla y la avenida no nos podía divisar a esas largas horas de la noche.

Solo. Solo con ellas, o ellos mejor dicho. El más bajo de los dos medía algo así como 1.85, que representan 13 centímetros más de mi altura. El otro, un ropero y yo cagado de frío -no tenía ni chances-. Sin embargo ese frío entró a menguar, y una gota de transpiración empezó a recorrer mi rostro.

Los dos se me arrimaron y el primero intentó un acercamiento más del cuarto tipo que del primero, y volví a retroceder. El tipo intentó llevar su mano a mi bolsillo trasero izquierdo. -¿Y ahora que hago?- pensé. Llevé mi mano derecha sobre mi bolsillo, interponiéndola ante la suya, y con la otra tomé las llaves que tenía en el bolsillo delantero izquierdo. -Dejame salir carajo! ¿en qué idioma te lo tengo que decir?- mi tono aumentó por primera vez, ya me estaban intimidando demsiado. Empujo a uno y logro avanzar. Respiré; estaba bastante tenso.

- Amigo, se te cayó la cartera- escucho a mis espaldas. Giré y era uno de los travestis. Y no, no era posible. ¿En que momento se me cayó la billetera? No, si el bolsillo es para abajo, no hay ley física que lo permita. Me habían pungueado y yo no me había ni enterado.

Cuando me da la billetera, y luego de agradecerle me dijo que cualquier otro tipo la hubiese devuelto vacía, que le diese algo. Ni a patadas, encima que me la había hecho pasar mal. Abrí la billetera y los billetes estaban acomodados de otra manera a la que lo suelo hacer. Para colmo, no tenía la cifra en mi cabeza de cuanta guita había -en un suspiro la contó y seguro un Sarmiento se encanutó-. Ahí nomás, le dije que tenía plata para volver a casa nomás e insistió con lo de la "recompensa". Diez pesos para que no me joda y arranqué nuevamente.


Necesitaba salir de ahí. Pero otro giro de volante: aceleré mi paso y empecé a escuchar por detrás mío el sonido de cuatro tacos que caminaban en la misma dirección. Volteé mi cabeza y eran los dos que me estaban siguiendo muy de cerca...

No hubo más opción: empecé a correr. Con media cuadra fue suficiente para despistarlos. Paré un taxi y rajé para casa. Ahí me di cuenta de lo que en algún momento me iba a dar cuenta: corroboré que mi billetera estaba, que las llaves también. Pero faltaba algo. Faltaba el celular.

Fue como el truco de magia. Nunca lo ví, nunca me enteré. Me la hicieron tan bien. En ese momento vi pasar las cartas nuevamente. Vi cada instante en el que el mago se aprovechaba de mi nobleza -Chapulín Colorado dixit-. Vi ese as de corazones que me hizo firmar y blasfemé, escupí y ensayé una puteada hacia el firmamento. Fui víctima del delito, de esos viejos criminales con códigos de antes. Fui víctima de la inseguridad, que como dicen por ahí no es una sensación. Me timaron en la jeta y yo pasé de largo como un fulano más...
(che, y la metropolitana donde estaba?)

Martín Ciraolo


Moraleja: Nunca le creas a un mago.

Nota del autor: Como este es un blog nacional y popular, todo tiene final feliz. Y no porque esté operado por 678, Víctor Hugo Morales o la mismísima Cristina. Hoy a la mañana llamó Hugo. ¿Quien es Hugo? Yo tampoco sabía quien era. La cuestión es que como en el teléfono a mi vieja la tenía agendada como "Mamá", ese tipo de bien llamó para devolver el teléfono. Dijo que lo encontró en un taxi. Lo fui a buscar y le regalé un libro de rock; el tipo toca en una banda a la que tendré que ir a ver, como mínimo, en pos de agradecer su buen gesto, su hombría de bien. Y además, porque Hugo demuestra a todos esos que primero discriminan y hablan tantas cosas despectivamente de los prógimos, que hay gente buena. Y somos más...

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